Una tarjetita, por favor

GenerosidadYa están quedando atrás los tiempos en que la ofrenda religiosa, la caridad pública o la limosna se solicitaba con un gesto de piadosa súplica. Pero la gente sigue apegada a la romántica idea del escuálido desamparado a la orilla del camino que extiende su temblorosa mano por una moneda.

Por eso sigue causando escándalo y todavía se ve con recelo que iglesias, instituciones o personas pidan grandes sumas, con desenfado, en cuello y corbata y sin dar muchas explicaciones sobre qué harán luego con el dinero.

Ahora mismo le da la vuelta al mundo con enojo la noticia de que Marty Baker, un pastor estadounidense, implantó una nueva modalidad para recoger ofrendas en su iglesia: cajeros automáticos que aceptan tarjetas de crédito y de débito.

Estos cajeros automáticos, o Giving Kiosks, se han convertido en un éxito en la congregación protestante Stevens Creek Community Church, y están comenzando a aparecer en otras iglesias del país, deseosas de adaptarse a las nuevas tecnologías.

“Creo que esto le conviene a la gente”, dijo este pastor del estado sureño de Georgia. “Nuestra cultura vive con una tarjeta de banco en la mano, por lo que cuando las personas vienen a nuestra iglesia tenemos que brindarles comodidad. No se trata solo de recolectar dinero, es ser progresista y conectarnos con nuestra cultura», dijo Baker, de 45 años.

Los donantes que usan las máquinas obtienen un recibo con un fragmento de la Biblia y también pueden juntar millas aéreas o puntos en sus tarjetas de crédito. Las máquinas cuestan entre 2.000 y 5.000 dólares, según el modelo, más 50 dólares mensuales por el servicio.

El pastor indicó que las iglesias que no les agrada la idea de que los fieles puedan endeudarse con sus tarjetas de crédito, pueden optar por una máquina que solo acepte tarjetas de débito. También rechazó las críticas de que se está enriqueciendo, puesto que la compañía que ayudó a crear Automated Giving Solutions es administrada por su propia esposa.

¿Deshonesto? En realidad Marty Baker no parece tener malas intenciones, sino estar a tono con los tiempos. Visto de otro ángulo, estamos ante una especie de “cultura de la caridad ajena”, a la que se entregan individuos, empresas, instituciones y hasta países enteros que reclaman los donativos como algo natural, inexcusable, y no ya como un gesto voluntario, si no como un tributo moralmente obligatorio.

Hoy en día las dádivas y las ayudas monetarias de filántropos y files religiosos constituyen uno de los grandes motores de la economía mundial, que sufragan todo tipo de empeño, desde los más meritorios hasta los más descabellados. Sin contar a las iglesias, son innumerables las millonarias empresas “sin fines de lucro” que cuentan con el respaldo irrestricto de los benefactores.

Ante tantos profesionales de la limosna, ¿se habrá vuelto la humanidad más generosa? Ni más ni menos. Los donantes tienen también sus propios intereses en este juego, que van desde la búsqueda de cierto equilibrio económico, la evasión de impuestos, la compra de influencias y de poder político, hasta la genuina generosidad de muchos.

Párese usted con una lata vacía en una esquina de su ciudad y verá que siempre hay quien da sin miramientos, gracias a Dios. También están los que piden de cualquier manera posible y sin avergonzarse porque es para ayudar a otros.

Pero mejor es dar que recibir. No hay de qué alarmarse pues; viva con los nuevos tiempos. Ofrezca su tarjeta de débito a una buena causa. Solo que ¡ojo con las diferencias! Sepa que mientras existan necesitados, ingenuos y piadosos en el mundo, también existirán pillos, aprovechados, manipuladores y sinvergüenzas. ¿Acaso no dice la Biblia que el trigo y la cizaña crecerán juntos?… Hasta la siega.

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