¿Dónde estará ahora el famoso escritor portugués José Saramago, que murió dejando controversiales ideas filosóficas sobre la vida más allá de la muerte?
Se hace difícil desechar la íntima idea de que los grandes hombres que da el mundo al final han de estar en algún prominente lugar disfrutando su recompensa o quizás lamentando sus equivocaciones.
Sin embargo, el propio novelista recién fallecido, que padecía de una leucemia crónica, había dicho en 2005 que la muerte es un proceso natural, casi inconsciente. “Entraré en la nada y me disolveré en ella”, dijo ese mismo año luego de una de sus últimas novelas, Las intermitencias de la muerte, donde cuenta la historia de un país en el que la muerte un día decide dejar de trabajar.
Su también crónica incredulidad e ideas contra la religión tuvieron que ver con la experiencia católica de su entorno social y la militancia política que a ultranza siempre sostuvo: “Soy un comunista hormonal, mi cuerpo contiene hormonas que hacen crecer mi barba y otras que me hacen comunista. ¿Cambiar? ¿Para qué? Me sentiría avergonzado, y no quiero convertirme en otra persona”, le dijo en una ocasión a la BBC.
En 1988, Saramago se convirtió en el primer escritor portugués en ganar el Premio Nobel de Literatura, que para algunos fue otro de los reconocimientos de la Academia Sueca “orientado ideológicamente”.
Falleció en su casa de Lanzarote, en las Islas Canarias, poco después del mediodía “a consecuencia de un fallo multiorgánico después de una larga enfermedad”, informó la página web del escritor.
Plantado en su visión materialista de la vida, Saramago fue un hombre franco y a veces irritable que contrarió a muchos. “No es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo”, dijo en 2005.
Saramago dijo alguna vez de sí mismo: “Soy escéptico, reservado, no hablo efusivamente, no me la paso sonriendo, abrazando a la gente y tratando de hacer amigos”.
“Fue un hombre y un intelectual de ninguna admisión metafísica, hasta el final anclado en una proterva confianza en el materialismo histórico, alias marxismo”, se pudo leer recientemente en el L’ Obsservatore Romano.
Saramago se caracterizó por sus travesuras literarias y dedicó varias páginas a cuestionar la teología cristiana. Una de sus novelas, El Evangelio según Jesucristo, muy criticada por los católicos de su país, lo hizo trasladar su residencia de Lisboa a Lanzarote, en 1992.
“Sigo escribiendo, intentándolas comprender (las cosas), porque no tengo nada mejor que hacer y sabiendo que llegaré al final sabiendo lo mismo que sabía antes, es decir poco o casi nada, reconoció en 2007.
En una entrevista Saramago intuyó que ya no le quedaba mucho por vivir. “Me pueden quedar tres o cuatro años de vida, quizá menos”, dijo.
“Espero morir como he vivido, respetándome a mí mismo como condición para respetar a los demás y sin perder la idea de que el mundo debe ser otro y no esta cosa infame», dijo en 1998.
Quizás más consientes de la posibilidad de una vida eterna, centenares de mexicanos despidieron también en estos días al popular cronista, ensayista, activista político y protestante confeso Carlos Monsiváis, fallecido a los 72 años víctima de una enfermedad pulmonar.
“¿Qué vamos hacer sin ti, Monsi?”, si eres el enfrentamiento más lúcido al autoritarismo presidencial (…) a los abusos del poder”, se lamentó en un emotivo discurso y dirigiéndose directamente al finado la escritora mexicana Elena Pontiatowska. “A lo mejor abrazas a Saramago, con quien viajaste a Chiapas en los noventa”, le deseó.
El director y guionista mexicano Guillermo Arriaga le pidió un último favor al escritor mexicano desde su Twitter: “Oye, Monsiváis, ya que estás allá, habla con los 23,000 muertos de la guerra del narco y has una crónica”.
¿Dónde estará ahora José Saramago? Se hace difícil desechar la idea de que este ilustre hombre, que murió incrédulo y sin esperanza, ha de estar en algún lugar, quizás lamentando su poca fe.
Monsiváis, por si acaso lo ves, salúdame a Saramago.