Mi hija cumple mayoría de edad

Le digo a mi hija de casi 21 años que pronto le podrán dar una inyección letal en Miami, ahorcar en Washington o fusilarla en Carolina del Sur. En unos días tendrá edad para eso.

Pero Keren se ríe de mis advertencias y no se asusta. Los jóvenes son así, y los padres tratamos de meterles el mayor miedo posible.

Por lo menos eso hacen los padres a la vieja usanza. Pues hoy en día el tema de la mayoría de edad se ha convertido en algo muy relativo. En realidad, con 21 años se es ya demasiado mayor, incluso para la pena de muerte. La edad promedio de un joven desajustado capaz de cometer un crimen atroz ha disminuido considerablemente en el mundo entero. La juventud está madurando antes de tiempo, para bien o para mal.

Algunos de mi generación todavía vemos en el adolescente de 16 años que ingresa ilegal por la frontera sur a un pobre niño que viene a jugar libremente. Otros, por el contrario, les exigimos a nuestros hijos obligaciones demasiado tempranas, tales como su definición sexual o llevar máscaras a las escuelas.

El tiempo de pandemia también ha confundido las normas en los hogares. A medida que los hijos crecen en nuestras casas, reclaman la libertad de la mayoría de edad junto a privilegios de criaturas todavía dependientes.

He oído decir que las águilas empujan a sus polluelos de los nidos para que aprendan a volar. Pero hay algunos chicos que habría que amarrarles un globo aerostático en las espaldas para que se vayan de casa.

Según las estadísticas, los jóvenes están estirando lo más que puedan el momento de casarse y constituir su propio hogar. Y no es para menos, la casa promedio de Miami, por ejemplo, vale medio millón de dólares y se han disparado los apartamentos de alquiler. ¿Qué puede hacer entonces un joven recién graduado para salir volando?

Todos los extremos son malos. Con la violencia escalando en las calles y los hijos al lado, los padres nos volvemos algo paranoicos y olvidamos que no solo los adultos sufren los daños de esta época. 

Mejor es insistir en el consejo y en la oración. Que Dios cuide a mi hija en Miami, en Washington y en Carolina del Sur.

¡Pero no se equivoquen! Keren es una buena chica, que quisiéramos tener siempre a nuestro lado. 

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