¿Recuerdan la ofrenda de la viuda? Me refiero a ese conocido pasaje del Evangelio de Lucas que cita los comentarios de Jesús cuando vio a una mujer donar sólo dos monedas.
“Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros”, dijo Jesús.
Parece que estas reflexiones tienen absoluta vigencia. La generosidad de la gente pobre no es algo raro, sino que se nota muy poco, concluye un artículo de Frank Greve, del McClatchy Newspapers.
Una vez le escuché confesar a un pastor de la Florida que preferiría una congregación con fieles de altos ingresos. “Ay, hermano, cuántas cosas haríamos si tuviéramos en la iglesia un poco más de empresarios”, recuerdo que dijo. Pues le tengo malas noticias. En realidad, según el mencionado artículo, los pobres de Estados Unidos hacen más donaciones, en términos de porcentajes, que lo que donan los grupos con un nivel adquisitivo más alto, según los sondeos de opinión sobre la caridad pública.
Todavía hay más… la generosidad de los pobres disminuye menos en tiempos difíciles que la de los ricos.
“La quinta parte de la población con más bajos ingresos siempre da más de su capacidad», dijo Virginia Hodgkinson, ex vicepresidenta de investigaciones de Independent Sector, asociación de agencias sin fines de lucro con sede en Washington. “En tanto que los de mayores ingresos están en capacidad de dar dos o tres veces más de lo que donan”.
De hecho, en el 2007, el quinto segmento más pobre de las familias estadounidenses contribuyó con un promedio de 4.3 por ciento de sus ingresos a organizaciones caritativas, mientras que el quinto segmento más rico dio sólo el 2.1 por ciento, concluyó una encuesta de la Oficina de Estadísticas Laborales.
En contraste, ninguna de las familias norteamericanas comprendidas en los segmentos de ingresos medios dio el 3 por ciento de sus entradas.
Según el artículo de Frank Greve, los miembros del quinto segmento más pobre son los menos educados de la población de EEUU, al igual que el segmento más viejo, el más religioso y aquel con menos probabilidad de alquilar sus casas. Este segmento es igualmente el que tiene más posibilidades de recibir ayuda del bienestar social, conducir autos usados y depender del transporte público.
Muchas de estas características, sin embargo, pronostican generosidad.
Las mujeres son más generosas que los hombres, según los estudios. Las personas de más edad donan más que los jóvenes con ingresos iguales. Los pobres trabajadores, de los cuales muchos son inmigrantes recién llegados, integran el grupo más generoso del país, según Arthur Brooks, el autor del libro Who Really Cares, donde analiza la generosidad de los estadounidenses.
“La fe probablemente juega un papel importante en todo esto”, dijo en una entrevista Brooks, presidente del American Enterprise Institute, una organización conservadora de Washington. “Ello se debe parcialmente a que cifras de pobres por encima del promedio asisten a la iglesia, y los feligreses dan más dinero a las organizaciones caritativas religiosas que los que no visitan regularmente las iglesias”, concluyó Brooks.
De acuerdo con Frank Greve, algo que hace todavía más impresionante la generosidad de los pobres es que sus donativos no están exentos de impuestos, pues no ganan lo suficiente para justificar sus deducciones caritativas de impuestos. De manera que dar un dólar de ofrenda les cuesta a los pobres un dólar, mientras que al resto de la población le cuesta sólo 65 centavos.
Es cierto, por eso los ricos son ricos: porque se guardan el dinero para sí, explotan a los demás y dan poco. Mi hermanos más ricos, siempre van a la casa de otro, no ponen nada para sostener gastos de miembros necesitados de la familia y siempre intentan que les invites y que pagues tú, aunque ganan diez veces mi sueldo y no tienen hipoteca, como yo. Los egoistas siempre son más ricos, si bien, se cumple el tópicio: no siempre son más felices, porque se adaptan peor a los cambios desagradables de la vida, pues sitúan su listón de recursos «imprescindibles para ser feliz» más alto, así que, cuando sus recursos bajan, se sienten desgraciados. Además, muchos nunca están satisfechos con lo que tienen porque ese es el doble filo de la ambición: que no tiene freno ni punto de satisfación. En mi caso se cumple: mis hermanos son mucho más desdichados que yo, especialmente en lo personal. Y, sí yo tengo fe, eso me hace más fuerte ante la adversidad.
Que las mujeres son casi siempre más generosas, justas, esforzadas y trabajadoras que los hombres y contribuyen más al bien común sin que les paguen por ello, no es una novedad, es universal: ¿quién cuida a los enfermos, ancianos y discapacitados en las familias? En el 99% de los casos, las mujeres, casi siempre ellas. Si las mujeres desapareciéramos, los débiles del mundo se morirían de desatención en poco tiempo. Nadie repartiría con justicia los alimentos, se lo comerían los hombres, cada uno para salvarse a sí mismo. Eso lo saben los bancos humanitarios que dan créditos a pobres y las ONG: si quieren que un dinero o bien beneficie al bien común, se lo dan a mujeres, nunca a hombres. Ellos se lo comen o gastan para sí, pero las mujeres lo convierten en una comida para muchos o en una inversión para toda una comunidad. Las sociedades en las que las mujeres gestionan el dinero familiar, tanto en las que lo ganan como en las que lo gana el hombre pero lo gestionan y reparten ellas, son sociedades avanzadas, con bienestar, del primer mundo. En las sociedades del tercer mundo los hombres manejan el dinero y los recursos y las mujeres solo trabajan y mantienen a las personas de sus familias. Ellos se lo gastan en sí mismos y no repercute en bien común, por eso son países más pobres. A más machismo, más pobreza, eso está probado.
La prueba: las madres de hijos varones están siempre más cansadas de cocinar, lavar y limpiar que las que tienen hijas, aunque se enfadan más con ellas y las culpan más de lo que no hacen porque compiten contra sus hijas -son hembras más jóvenes y guapas- y les ponen el listón de responsabilidades que esperan de ellas más alto que a los chicos; sin embargo, tienen menos trabajo físico que las madres que sólo tienen hijos. Y las ancianas con hijas están más atendidas y felices que las que no tienen más que hijos varones.