Los 10 pecados editoriales españoles

“La industria editorial apuesta a que todo siga igual: los mismos intermediarios, los mismos márgenes, la misma forma de distribución”.

“Los grandes mastodontes de la edición languidecen en su cementerio de elefantes y desprecian a sus propios clientes, a los que siguen considerando un mercado cautivo”.

Por encontrarlo de sumo interés para la industria del libro en general, reproducimos a continuación un reciente artículo de Arcadi Espada, columnista de periódico español El Mundo, donde considera las faltas de la industria editorial de España. Sin duda, en muchos aspectos los “10 pecados editoriales españoles” son válidos para otras latitudes.

1. La mediación. Una editorial gana dinero mediando entre el autor y el lector. Básicamente, las editoriales seleccionan, editan, producen, distribuyen y promocionan. Hace 30 o 40 años era imposible que un escritor puenteara a las editoriales. Ni siquiera superventas como García Márquez o Ken Follett lo habrían logrado por sí solos. Pero hoy en día, internet permite prescindir de las editoriales. No es fácil, requiere horas de dedicación y una pequeña o mediana inversión. Pero la posibilidad existe. Es cuestión de tiempo que un nuevo Michael Crichton se lance a la autoedición, indicándole el camino al resto de escritores. De hecho, un peso pluma como Joe Konrath ha sido capaz de vender en Amazon 100.000 ejemplares para Kindle de sus libros autoeditados.

2. El DRM. El DRM, siglas en inglés del sistema de gestión de derechos digitales, pretende frenar o dificultar la piratería. Quien compra un ebook protegido por DRM no está comprando un libro, sino una licencia de uso que impide prestarlo, copiarlo o regalarlo. Pero no existe un DRM invulnerable al 100%. ¿Por qué? Por definición. En la práctica, el DRM discrimina a los consumidores de libros digitales con respecto a los de libros de papel. Por no hablar de su farragoso y antediluviano proceso de configuración. Comparado con el “pagar y disfrutar” de iTunes, el DRM es un peaje, como mínimo, molesto.

3. La ceguera. J.K. Rowling, la autora de la saga de libros de Harry Potter, prohibió hace años que sus libros se editaran en formato digital, lo que le permitió convertirse en la autora más pirateada del momento. Siguió ganando millones con las ventas de sus libros, cierto. Pero podría haber ganado muchos más. Hace apenas unos meses, y a la vista del error, Rowling cambió de idea. Otro ejemplo. ¿Cuánto tarda una editorial española en traducir una novela de 300 páginas? ¿Un mes? ¿Dos? Tarde lo que tarde, al menos un traductor aficionado, en alguna parte del planeta, lo hará más rápido (aunque en la mayoría de los casos peor) y colgará la traducción en internet antes de que se edite la traducción oficial. De nuevo, J.K. Rowling conoce de primera mano el problema. La traducción y subtitulación clandestina de cómics, series de televisión y películas por parte de aficionados se conoce en el mundo del cómic como fansub (contracción de “subtitulado por aficionados”). Y el fansub es ya una auténtica industria editorial paralela a la oficial, a menudo en manos de chavales de apenas 14 o 15 años. ¿Hace falta recordar que los virus de las industrias editoriales periféricas como la del cómic, tradicionalmente más dinámicas y eficientes, tardan muy poco en contagiarse a las industrias centrales y convertirse en pandemia?

4. Libranda. De Libranda, la plataforma digital made in Spain que reunió en el momento de su lanzamiento la oferta digital de 16 grupos editoriales, 90 sellos y 22 tiendas, se ha dicho mucho y prácticamente nada bueno. Que sus previsiones eran exageradas; que no vende directamente los libros sino que redirecciona a la tienda de la página web de la editorial que toque (lo que obliga a realizar la búsqueda dos veces); que los precios son sólo entre un 20 y un 30% inferiores a los de las ediciones de papel; que los ebooks a la venta son sólo archivos digitalizados del original de papel, sin ningún valor añadido; que su usabilidad es, como mínimo, grumosa; etcétera, etcétera, etcétera, etcétera y etcétera. Pero lo peor de todo es que Libranda era la gran iniciativa de la industria editorial española. Si esto es todo lo que la industria da de sí, definitivamente es que…

5. No se ha entendido internet. Se ha dicho ya tantas veces que parece hasta ridículo repetirlo una más. Internet no es un formato, es un cambio de paradigma. En plata: el negocio editorial de los años 60 y 70, aquel en el que se formaron los actuales responsables de las principales editoriales españoles, está en coma. Más precisamente: ese modelo de negocio va a vivir una decadencia similar a la vivida por las discográficas durante los últimos diez años. Prueba de ello es la confusión (deliberada) entre la versión-digital-de-un-libro-de-papel y el libro digital en sí. El primero es el equivalente de un escaneo del libro original, en formato ePub y en blanco y negro. Sin más. Su precio lógico, teniendo en cuenta los costes, debería rondar el 20 o el 30% del precio del libro de papel. Es decir, la versión-digital-de-un-libro-de-papel imita el papel y ofrece sus mismas (limitadas) posibilidades. Un libro digital “real” es algo muy diferente. Es un concepto totalmente nuevo que integra imágenes, sonidos, vídeos y enlaces, que facilita la interactividad entre autor y lector o entre comunidades de lectores, que permite que el libro mute y se actualice mientras se lee, o que albergue finales alternativos a gusto del consumidor para una misma historia… Dependiendo de su complejidad, el precio de un libro digital podría ser incluso muy superior al de un libro de papel. En Sports Illustrated han entendido perfectamente la diferencia entre la versión digital de una revista de papel y una revista digital. Son dos productos totalmente diferentes.

6. Conservadurismo. Hagan la prueba: échenle un vistazo a un libro cualquiera de su biblioteca editado en los años 70. Ahora hagan lo mismo con un libro editado en 2010. ¿En qué se diferencian? En nada. El sector del libro sigue confiando en un producto que ya era tal y como es hoy en una época en la que no existían los ordenadores personales, internet, los cursos de diseño gráfico, los móviles y los programas de edición. La sospecha se ha generalizado: la industria editorial española no pretende aprovechar las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, sino tan sólo retrasar la debacle lo máximo posible boicoteando su propio negocio. De momento, las editoriales han empezado ya a recibir devoluciones masivas de sus títulos. En lo que va de 2010, el sector del libro ha perdido 400 millones de euros por las descargas ilegales. El bajón de ventas durante los tres últimos meses ronda el 34% en algunos casos. Ni siquiera el mercado del libro de bolsillo está resistiendo la ola. ¿La culpa? De la crisis y, claro, la piratería. Pero la piratería no es la enfermedad, sino el síntoma. “Hasta ahora, el mercado se había comportado de forma plana”, afirmaba un responsable del Grupo Santillana en las páginas de El País hace apenas unos días. Lo que estaba diciendo en realidad era “no hemos cambiado porque confiábamos en que todo seguiría igual”. Añado un culpable más: no puedes venderle el mismo producto a una generación criada con esto que a una criada con esto. Las editoriales no pueden pretender sobrevivir únicamente gracias a sus clientes pre-tecnológicos. El libro de papel es una hipoteca basura editorial con la que sólo se puede especular a la baja.

7. Corporativismo. Las librerías morirán porque están centrando todos sus esfuerzos en “resistir” más que en “adaptarse”. Que las editoriales pretendan convertir a los libreros en elementos clave del nuevo negocio editorial digital raya en la crueldad. Las ventas de las librerías tradicionales han caído un 16% durante los tres últimos meses. Pero, como dicen en el blog Error 500, la industria editorial apuesta a que todo siga igual: “Mismos intermediarios, mismos márgenes, misma forma de distribución. Como si la gente fuese a comprarse los discos en MP3 a la tienda de discos”. O como dicen en Libros en la nube: “El librero [pierde] porque lo engañan haciéndole creer que su función prescriptora en el nuevo paradigma digital es equivalente a la que le corresponde en el paradigma Gutenberg (…) El libro y sus futuros [también pierden] porque no se le permite a la palabra escrita formar parte de los flujos de información de la sociedad de redes”. Haría bien la industria editorial en olvidarse de los parafílicos olfativos que dicen que la experiencia lectora pasa por el olor del papel, o de aquellos que la confunden con la tertulia con el librero. Mejor centrarse en las nuevas hornadas de lectores que viven su ocio a través del móvil y el ordenador, y que se informan conectándose a blogs o redes sociales. La alternativa a esto es…

8. Pérdida masiva de clientes potenciales. El papel tardará en morir. Probablemente, como el vinilo, reduzca su cuota de mercado hasta quedar estancando en la irrelevancia, convertido en un zombi de carne de árbol. Los lectores del futuro están en los salones del cómic y del manga, como hace años lo estuvieron en los quioscos que vendían los tebeos de Bruguera. En Japón, por ejemplo, funciona desde hace años un formato editorial peculiar, el keitai shosetsu, novelas cortas de temática generalmente adolescente escritas por autores que no superan la treintena, editadas directamente para teléfono móvil y que se dividen en capítulos muy breves que pueden comprarse por separado. Folletines del siglo 21, en resumen. Se leen en el metro, entre estación y estación, y basan todo su éxito en los llamados cliffhangers. Es decir en el “continuará” de toda la vida. Una vez leído el primer capítulo es prácticamente imposible resistir la tentación de comprar el segundo con un simple clic. Y el tercero, y el cuarto, y el quinto, hasta acabar comprando la novela entera. ¿El resultado? Año tras año, los keitai shosetsu aparecen regularmente en las listas de los libros más vendidos en Japón. Los libros en formato móvil le supusieron al sector del libro japonés 310 millones de euros en 2009. En España, seguimos esperando. Quizá lo que ocurre, tan sólo, es que…

9. Falta imaginación. La industria editorial tiene una ventaja sobre la discográfica: ha tenido tiempo de analizar los desastrosos errores cometidos por esta última. Las discográficas se toparon con Napster y el P2P y creyeron que bastaba con lanzar a sus abogados contra la piratería. Era lógico, no había precedentes, todos habrían actuado igual. Pero los abogados no adaptan tu producto a los nuevos paradigmas tecnológicos y sociales. ¿Por qué no intenta la industria editorial adaptar o copiar aquellos formatos de negocio que están demostrando su viabilidad en el mercado musical? iTunes, de nuevo, sería lo obvio. Pero existen otras alternativas: el concepto de nube aplicado por Spotify; las tarifas planas con las que descargarse mes a mes todos los títulos de una editorial (algo especialmente interesante para los lectores de cómics); el “gratis total” a cambio de ingresos publicitarios; el ya mencionado folletín digital o keitai shosetsu; los libros educativos o tutoriales interactivos… Y no, las editoriales pequeñas no pueden hacerlo solas, necesitan que las grandes abran el mercado digital, que desbrocen el camino. De lo contrario, tendremos a decenas de pequeños emprendedores con buenas ideas que morirán poco a poco por falta de visibilidad y de costumbre del público mayoritario, mientras los grandes mastodontes de la edición languidecen en su cementerio de elefantes y desprecian a sus propios clientes, a los que siguen considerando un mercado cautivo.

10. Ni queriendo lo consigues. Intenten ustedes editar un libro digital cualquiera. Un libro que incluya sonido, vídeo, fotos, enlaces, etcétera. Nada especialmente vanguardista ni técnicamente complejo. Pues bien, no encontrarán a nadie en España capaz de llevar a cabo el proyecto. Los diseñadores gráficos se responsabilizarán del diseño gráfico. Los programadores se responsabilizarán de la parte interactiva del libro. Pero nadie se hará cargo de las dos cosas a la vez. El coste se duplicará al tener que contratar a dos profesionales para realizar el trabajo de uno solo (problemas de coordinación aparte). Lo más probable, además, es que el programador acabe simplemente añadiendo música de fondo y un par de vídeos a la maqueta diseñada por el diseñador gráfico, que habrá trabajado pensando “en papel” cuando lo lógico sería haber planteado el libro desde un buen principio “en digital”. ¿Dónde están los diseñadores para formatos digitales, esos profesionales que dominan tanto el diseño gráfico como la programación, que cuentan con criterio editorial y/o periodístico y que son capaces de aprovechar al máximo las posibilidades que ofrecen el iPad o los móviles? Esa sí es una profesión con futuro. Y no, un diseñador de páginas web no es, ni de lejos, lo mismo.

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