Si usted no pertenece a la “galaxia de Gutenberg”, por favor no se asuste por lo que leerá a continuación: una serie de secretos a cerca de la edición de libros muy pocas veces confesados.
• El escritor, como la mayoría de las personas, es incapaz de ver sus propios errores. Para eso existen los correctores.
• Al igual que un dentista con un dolor de muelas, un editor no debe intentar corregirse a sí mismo. Rechace la idea de su editorial de que la misma persona que realizó la corrección de estilo revise las pruebas.
• De cada libro publicado se podría escribir otro donde se narren las peripecias y tribulaciones de la gestación de un libro. Si no, pregúntele a un autor.
• Hay gerentes de editoriales que podrían serlo de supermercados. Pero cuando opinen sobre contenidos mueva la cabeza diciendo que sí a todo.
• Tener amigos en la industria editorial es excelente. Pero no olvide que hay editores cuyo desayuno es devorarse a otro editor.
• En la medida que pueda hacerlo, no permita que su jefe administrativo titule los libros ni seleccione las portadas, si no tiene habilidad para hacerlo. Un título poco feliz puede matar un proyecto.
Mandamientos del corrector de estilo, según Leroy Gutiérrez, un colega de Venezuela:
– No desearás ser el autor del texto.
– No cambiarás el sentido del texto.
– No corregirás lo que está bien.
– No sustituirás palabras en vano.
– No darás nada por supuesto.
– No creerás que lo sabes todo.
– Consultarás diccionarios y libros de referencia.
– Dejarás en el texto marcas entendibles.
– Prevenir cuesta menos que corregir. El costo de prevenir errores en la edición es mucho menor que el coste de corregirlos cuando son detectados durante el proceso de producción.
Algunas máximas del novelista italiano Umberto Eco:
• En teoría, el buen editor debería controlar todo: aun cuando en el texto se diga que Italia se encuentra al norte de Túnez, tendría que echar un vistazo al atlas.
• El oficio de editor está ahora en crisis, y no solamente en las casas editoras. En los diarios se encuentra uno ya de todo, y en la radio parece que hubiera ahora un comisario encargado de velar porque los locutores pronuncien incorrectamente los nombres extranjeros.
• El manuscrito y las pruebas de imprenta deberían ser releídos por muchas personas con curiosidad y competencias diversas. Todo esto podía acontecer todavía en las casas editoras de estructura “familiar”, donde un texto era cariñosamente discutido en cada pasaje por más colaboradores, pero difícilmente puede ocurrir en una gran empresa en la que todo se procesa en la cadena de montaje.
Lo que dice Rodrigo Fresán, escritor y periodista argentino:
• Un editor es un intermediario entre el fantasma de un escritor y el lector vivo. O entre el lector muerto y el escritor inmortal.
• Ser editor es asumirse como un súper-lector que, además, goza del raro privilegio de poder intervenir con justicia en la escritura de los otros sin por eso verse obligado a sufrir las agonías del “no se me ocurre nada” o “se me ocurren demasiadas cosas”.
• Ray Bradbury suena mucho mejor en español que en inglés porque en español tenía un socio silencioso.
• Los editores son superlectores; los que los convierte, también, en lectores implacables y dignos de ser temidos.
Pues, ya que nadie ha comentado de este artículo –ojalá que no sea por el calor, que nos tiene fritos a los del hemisferio norte– digo que éstas y las demás recomendaciones, tanto para escritores como para redactores, deberían quizás ser recolectadas en una especie de antología. La mayoría de las recomendaciones que Jorge ha mencionado pertenecen al sentido común de las cosas, pero por ello no implica que todos estemos al tanto de ellas todo el tiempo. Creo que estas recomendaciones deben de ser constantemente leídas por nosotros como si fueran un misal o quizás tenerlas a mano como un vademecum. Cada año yo tengo por costumbre repasar las gramáticas de rigor y los manuales de estilo, especialmente dado el hecho de que vivo inmerso en una cultura anglohablante. Y hablando de cultura anglohablante, Jorge no te has animado a escribir acerca del deterioro que sufre el hispanohablante cuando vive en países donde se habla otro idioma. Incluso con ese asunto de la globalización –que debería llamarse con mayor propiedad «la anglosajonización»– muchos otros países sufren también el deterioro de sus propios idiomas. Por ejemplo, cuando era chico, si uno compraba algo para que se lo entreguen en casa, a eso se le decía «entrega a domicilio». Ahora, se le dice «delivery» dizque en nombre del progreso o qué se yo. Otro tema que podrías tratar, Jorge, es el del fenómeno conocido como «Spanglish» y se ha escrito e investigado bastante sobre el asunto –a favor y en contra. En lo personal, cada vez que viajo a un país hispanohablante para mí es como un refresco del alma y del oído y ni que se diga cuando voy a la tierra del Quijote, para mí es como entrar en la Nirvana, Valhalla, el Olimpo, Ha’Shamayim, o como quieran llamarlo.