En el día en que los años cumplen

Para Cinthia, Claudia y Keren, antes que se me olvide.

¡Uff! Ya estoy de lleno en una década de mi vida que yo le llamo “pre-alzámica”, donde en las tardes cierro la ducha dudando si ciertamente enjaboné mi espalda. 

Dicen que en esta época de la vida los recuerdos remotos comienzan a ser muy vívidos. Mas en realidad soy un raro caso. Conmigo eso no pasa. Estoy en la tabula-rasa de los filósofos griegos. O viviendo el día a día del nuevo nacimiento cristiano. Es como si hasta el mismo Dios hubiese perdido la memoria de mis pecados y frivolidades. Y estoy feliz con esto.

La paz que sobrepasa el entendimiento sobreviene cuando se van de tu mente y espíritu esos sentimientos de ira, rencor, frustración y culpa de viejos tiempos.

Son vanas todas las comparaciones que pueda hacer, pero busco el recuerdo de los amigos de mi generación para ver cómo les ha ido. Nada. No sé de sus vidas. Me gustaría que como yo todavía caminen en equilibrio por al filo de las calamidades. 

Oigo que algunos de los buenos murieron vulgarmente de COVID, como si el diablo hubiese querido humillarlos por su rebeldía. Yo los llevo en mis estadísticas como que murieron más bien de amor.

Por eso no me atrevo a jurar en voz alta, para no ofender al caído ni caer yo en la trampa de la tentación, pero en esta hora de resumen me siento muy, muy, favorecido. Me percibo como el Jacob bíblico después de haber luchado con Dios y con los hombres.

¿Qué mi memoria es a veces selectiva? Cierto. Solo recuerdo los afables y trascendentales momentos del pasado. Cuando Liz con dos años caminó conmigo bajo un torrencial aguacero en La Habana; ¡nunca he vuelto a ver una expresión tan divertida! Cuando Claudia, a los cinco, no paró de hablar toda una noche en una habitación de hotel para ponerme al día. O cuando Keren de pequeña corría junto a mí por el vecindario como si fuéramos dueños del mundo.

Hoy puedo comprobar que Dios otorga largura de años a los que honran a padres y madres. No sé cuánto hice por merecerlo, pero sigo sumando algunos. 

A estas alturas también puedo confirmar que la familia es una retribución que de algún modo define quien eres. 

Por eso en este cumpleaños de mi desmemoria puedo recordar con diáfana claridad dos cosas (o quizás tres, si incluyo las atenciones de mi querida esposa): Las sabias enseñanzas que me legó mi madre y el dulce amor que de mis hijas a diario recibo.

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