El misterio del tubo de pasta dental

Hoy en la mañana amaneció nuevamente estrujado mi tubo de pasta dental. No tuve a menos corregir la situación a mi gusto, y como es natural, alisando de abajo a arriba el envase, de manera que el refrescante contenido fluyó con facilidad hasta mi cepillo de dientes. 

No guardé rencor en mi corazón por esta tarea.

Recuerdo, sin embargo, que en mis años de estudiante de literatura fui a una tertulia literaria donde se trató el tema con pasión.   

Por cierto, nunca me gustaron las tertulias literarias. Es un lugar donde se escuchan las más grandes tonterías. Pero cuando eres un estudiante de literatura es muy difícil escaparse de esas invitaciones para que los del gremio hablen de sus proyectos. Les digo a los aprendices de escritores que mejor uses ese tiempo escribiendo. Porque tampoco hay manera de huir de eso que llaman el oficio más solitario del mundo.

Esa noche de tertulia en casa de un conocido escritor de la Radio había en un rincón de la sala un hombre de mediana edad que permanecía sombrío, sin intentar hablar de sus grandiosos planes ante la página en blanco, como hacíamos los jóvenes de la concurrencia. 

Pero el hombre sorprendió a todos cuando tomó la palabra. Dijo, sin venir mucho al caso, que recién había enviudado y que su vida había sido un desastre de muchos años junto a su pareja. Y puso como ejemplo lo insufrible que le resultaba que su mujer no exprimiera el tubo de pasta dental de abajo hacia arriba, como era natural.

No le quedó claro a la audiencia si esa costumbre de la esposa tuvo que ver con su causa de muerte. Y hasta hoy nunca supuse que este hecho pudiera ser tema de esta literatura cuasi policíaca.

Pensando en esa historia, está bien que les diga a mis hijos, “es mejor casarse joven”, porque los jóvenes enamorados cultivan con naturalidad la tolerancia y desarrollan con su pareja manías y rutinas conjuntas que alargan la posibilidad de longevas uniones. 

La Biblia tiene un texto para apoyar esto:

El amor es sufrido, es benigno… no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor… todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1Corintios 13:4-6).

Por eso pienso que es un mito eso de que el éxito de un matrimonio está en por dónde aprietas tu tubo de pasta de dientes.

Creo que al menos uno de esos dos ingredientes resuelven el gran misterio: Una tolerancia al máximo o los hábitos compartidos.

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