La estatua de Jesús de 38 metros que domina la ciudad de Río de Janeiro cumplió este mes 75 años. Más que religiosa, se trata de una meca de la peregrinación turística. No fuiste a Río si no subiste con tu cámara fotográfica hasta la cima del morro del Corcovado, a los pies del gigantesco Cristo. Aunque, una vez allí, te sea imposible encerrar en tu lente a toda la imagen de brazos abiertos.
Nada de pagadores de promesas o gente postrada implorando al cielo, a pesar de que a semejante altura las nubes acarician tu rostro como suave neblina. Sólo un enjambre de turistas de todas partes del mundo y casi ningún carioca.
Como con las pirámides de Egipto o las majestuosas catedrales de la Edad Media, todavía uno se pregunta cómo hicieron dicho monumento, y también para qué.
El arzobispo de la época de su construcción quería que la estatua fuese visible de lejos, y se empeñó en agrandar el proyecto que inicialmente era de sólo 23 metros. Pero el actual arzobispo de la ciudad, monseñor Eusebio Sheik, desea que el Corcovado sea un lugar sagrado a donde acudir y que cuando se complete la restauración de la capilla se celebren allí muchos bautismos y matrimonios.
Realmente el Cristo del Corcovado es una figura omnipresente en Río de Janeiro. Recuerdo que durante mis viajes a esa extraordinaria ciudad, de por lo menos dos veces al año, el Cristo fue siempre mi punto de referencia geográfico. Aunque no creo que para los cariocas significaba lo mismo.
Siempre me dio la impresión de que para los residentes, acostumbrados a los alucinantes contrastes de su entorno, la enorme efigie en lontananza pasaba casi inadvertida. Aunque esté allí todo el tiempo, no se le ve igual desde la miseria de una favela que desde una alegre calle de Ipanema o Copacabana.
En verdad resulta inexplicable que en una de las ciudades del mundo con más creyentes y donde casi todos tienen una experiencia divina que contar, con santos, vírgenes y ritos de todos los colores, el gigantesco hombre de piedra permanezca todavía irreverenciado. Pero después de 75 años de existencia turística es poco probable que el Cristo del Corcovado se convierta en el nuevo lugar de peregrinaje que se pretende.
Sin embargo, lo que sí es evidente para cada vez más cantidad de personas es que el Jesús real no permanece ajeno e impasible en esta entrañable ciudad. El Hombre de Río se hace siempre presente, no en el viento de las doctrinas, el terremoto social o en el fuego de la violencia diaria, sino en el silbo apacible de la misericordia de Dios, que llama a los cariocas a un verdadero encuentro.
El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? (Isaías 66.1).
Simplemente maravilloso. Mis deseos que esté entre las siete maravillas del mundo.