En meses recientes fue publicado en su traducción al español el libro ¿Cómo habla Dios? (The Language of God, ed, 2007), del científico norteamericano y premio Príncipe de Asturias de investigación científica, Francis S. Collins, reconocido genetista y director por más de diez años del Proyecto Genoma Humano.
El Proyecto Genoma Humano es una de las empresas científicas más atrevidas de nuestra historia, la cual permitió descifrar los más de 30.000 genes que configuran la herencia genómica del ser humano, en un desafío sin precedentes que requirió el concurso de los más acreditados científicos, genetistas y expertos en bioinformática del mundo y la inversión de cuantiosos recursos económicos provenientes de la financiación con fondos públicos de los Estados Unidos, alcanzando en el término de 13 años, la meta histórica de configurar el complejo mapa genético de nuestra estirpe humana.
El libro de Collins no sólo nos relata parte de su biografía como científico (la cual incluye estudios en física, química, medicina y genética), nos relata también detalles fascinantes sobre su carrera al frente del Proyecto Genoma Humano.
The Language of God es un libro decididamente apologético, en el cual Collins nos habla con sencillez y firmeza acerca del proceso de su conversión desde el agnosticismo, tan frecuente en los medios académicos y científicos, pasando por el ateísmo de la lógica hasta el cristianismo militante que hoy en día sustenta su fe.
De la mano de C.S Lewis, Collins nos conduce a través de una pugna personal en la que el espíritu científico busca armonizar el necesario escepticismo empírico-positivista de su profesión con la fe sencilla en un Dios personal. Y la pugna no parece tan sencilla. Algunos pasajes de Mere Christianity, uno de los grandes ensayos de Lewis, serían el catalizador decisivo en su proceso de conversión:
«Si hubiera un poder controlador fuera del universo, no se podría mostrar a nosotros como uno de los hechos que acontecen dentro del universo, no más de lo que el arquitecto de una casa pudiera ser en realidad una de las paredes o escaleras o una chimenea de esa casa. La única forma en que podríamos esperar que se mostrara a nosotros sería dentro de nosotros mismos como una influencia o un mandato tratando de hacernos actuar de determinada manera, y eso es exactamente lo que encontramos dentro de nosotros mismos. ¿No debería esto incitar nuestra suspicacia?».
La flemática lucidez de C.S Lewis, la genialidad de su prosa, la compleja sencillez de sus argumentos y la sutil perplejidad con que nos asombra cada vez que lo leemos encontraron en Francis Collins a un perseguidor en la búsqueda de respuestas.
La reflexión sobre la ley moral, el reconocimiento de un anhelo universal por Dios, la plausibilidad de considerar seriamente la presencia de un Arquitecto detrás de la confección de la casa, fueron argumentos que desafiaron la certidumbre materialista de Collins.
Su libro y su testimonio son sin lugar a dudas una lúcida respuesta frente a la andanada de ataques contra el cristianismo histórico a partir precisamente de las premisas científicas y evolucionistas, ancladas en un contumaz reduccionismo genético, que consideran, como lo postulan los archifamosos ateístas contemporáneos (Daniel Dennet, Richard Dawkins, Sam Harris), que detrás del universo sólo existe el concurso de un gran Relojero Ciego, y que toda experiencia humana está regida, en últimas, por los genes egoístas en su carrera bélica por la supervivencia.
Frente al lobby editorial que los ateístas mencionados están impulsando en los círculos académicos del primer mundo, este libro de Collins es un oportuno muro de contención ante el embate insultante de biólogos como Dawkins y Dennett.
Un libro como este nos permite recordar el concurso de insignes creyentes, antiguos y contemporáneos, quienes han logrado armonizar sus presupuestos de fe con sus hallazgos en la ciencia, y que lejos de encontrar un abismo insuperable entre ambas orillas, han confirmado la perplejidad de sus convicciones espirituales particulares a través de los sucesivos hallazgos de su curiosidad científica: Isaac Newton, los biólogos Darrel Falk, Alister Mc Grath, Kenneth Miller, Jeffrey Trent, Asa Gray, Theodosius Dobzhansky, teólogos protestantes abiertos a las posibilidades de la ciencia como Benjamín Warfield.
Pero quizá el mayor aporte de esta publicación, escrita, nuevamente lo afirmo, con sencillez y con firmeza, no se encuentra en el plano de la respuesta apologética frente al ataque ateísta. Es evidente que gran parte de su mensaje está dirigido a la comunidad de creyentes, a la iglesia, y en especial hacia aquellos sectores que siguen pregonando el irremediable divorcio entre la ciencia y la fe. Hay postulados esbozados por Collins, que más que una crítica, son una recomendación pertinente para la iglesia contemporánea.
Las dificultades que implica una persistente lectura ultraliteral de Génesis 2 (en lo cual cita oportunamente a San Agustín; increíblemente, seguimos asistiendo a sermones donde se nos cuenta que en los días del Edén las serpientes tenían patas y los animales hablaban, como en una especie de antigua tierra de Narnia), la dificultad de seguir denominando milagro a eventos cuya explicación natural está plenamente demostrada, la tendencia que muchos teólogos y líderes conservan al seguir adjudicando a los baches de la ciencia el epíteto de un misterio divino que sólo Dios puede descifrar, lo cual es un riesgo enorme, pues al apoyar nuestras certezas en los baches de la ciencia, como afirma Collins, cuando alguna publicación científica rellena ese vacío, las certezas previas se derrumban, como aconteció con el cambio del paradigma geocéntrico tolemaico al paradigma heliocéntrico de Galileo.
Sobre todo al atrevimiento que acusamos los creyentes en numerosas ocasiones al pontificar sobre asuntos que ni siquiera hemos estudiado en profundidad y con franqueza, lo cual nos resta como cuerpo social credibilidad a la hora de ponderar los verdaderos alcances y los límites de nuestra fe en medio del mundo contemporáneo. Flaco favor, como afirma Collins, le hacemos a la fe al intentar contradecir lo que no conocemos, anclados en fundamentos erróneos.
Dice Francis Collins en ¿Cómo Habla Dios?: “Permítanme concluir este breve capítulo, entonces, con una amorosa súplica a la Iglesia cristiana evangélica, cuerpo del que me considero parte, y que ha hecho tanto bien en tantos otros aspectos para difundir la buena nueva sobre el amor y la gracia de Dios. Como creyente, es correcto aferrarse al concepto de Dios como creador; es correcto aferrarse a las verdades de la Biblia; es correcto aferrarse a la conclusión de que la ciencia no ofrece respuestas a las preguntas más importantes de la existencia humana; y es correcto aferrarse a la certeza de que las afirmaciones del materialismo ateo deben ser rebatidas con firmeza. Pero estas posturas no pueden ganarse adscribiéndose a un fundamento erróneo. Hacerlo ofrece la oportunidad de que los opositores de la fe (y existen muchos) ganen una serie de victorias fáciles».
Algunos críticos, no desde la orilla ateísta, sino desde las mismas entrañas de la iglesia cristiana (increíblemente, como relata Collins, hay estudiantes de Harvard que asisten a sus conferencias y discusiones sobre el tema mientras otros creyentes abandonan entre negativas sus conferencias), por supuesto no pueden aceptar la postura evolucionista de Collins.
El libro permite contemplar las diferentes propuestas, desde el evolucionismo darwinista, el Creacionismo de la Tierra Joven (CTJ), el Diseño Inteligente (DI) y el Evolucionismo Teísta, cada una de las cuáles tiene sus adeptos y sus críticos dentro del cristianismo. Collins se queda con la última postura, a la cual rebautiza como BioLogos, la que Collins sustenta desde su experiencia como genetista (otros preferirán otras posturas, lo cual ni compromete la salvación personal, ni debiera dividir a la Iglesia en bandos hostiles en torno a las preguntas fundamentales), y que sin embargo no compromete los fundamentos reales de su fe, sino al contrario, los potencia.
Armonizar en algún punto común las premisas científicas con los presupuestos de la fe, estimular a la iglesia cristiana hacia una comprensión más racional y pertinente de los fenómenos naturales, concebir los progresos en ciencia como una posibilidad real de reverencia y admiración ante la creación y su Creador y entender la ciencia como una nueva forma de adoración son los grandes aportes de este libro, llamado a ser uno de los referentes fundamentales en la historia del pensamiento cristiano.