Apuntando en otra dirección

Hay rutinas buenas y rutinas malas. Costumbres buenas y malas costumbres. 

Tengo por hábito caminar largo por los alrededores de la barriada rural donde vivo. Voy a un lago cercano y disfruto del paisaje verdísimo, las arboledas y el aire fresco en mi rostro. 

Pienso que las personas que eventualmente pasan por mi lado trotando con auriculares se pierden la música que la vida natural les ofrece. 

El buen hábito que en los últimos años he adquirido es el de caminar y no pensar más allá del paisaje que observo. Fue esta la filosofía que convirtió mi caminar en una especie de oración andante.

Sucedió luego de un hecho simple y a la vez extraordinario que me ocurrió hace varios años. Salvando la distancia de la comparación, fue algo parecido a cuando Dios se le apareció a Abraham en el encinar de More. O cuando Elías sintió al Altísimo en el susurro de una brisa. 

Ese día había caminado hacia el lago, cargando con todas mis preocupaciones; no sabía qué hacer con los problemas a mi alrededor y los llevaba a cuestas en mi andar. Agobiado, ese día me senté bajo dos palmeras que en lo alto cruzan sus copas, dejando debajo un agradable tapiz de sombras. 

Miraba en lontananza el hermoso espejo de agua, cuando de pronto un golpe de viento vino de lejos y me estremeció. Fue solo un segundo, pero suficiente para que mi mente apuntara hacia otra dirección. Comenzó a iluminarse en mis pensamientos la firme idea de tomar unas reconfortantes vacaciones en las montañas. Algo que hasta ese momento nunca había estado en mis cálculos.

Lo que pasó después es historia en nuestra familia, pues adquirimos el hábito de ir cada año. Una costumbre que no nos resuelve los problemas, pero nos renueva.

Todavía hoy voy y me siento a la sombra de esas dos palmeras que en lo alto cruzan sus copas, pues las personas levantamos altares en los lugares donde Dios se nos aparece, para ir una y otra ver a invocarlo, con la esperanza de que la experiencia se repita.

Aprendí, sin embargo, que mis palmeras solo son un punto de referencia, un buen recordatorio, porque Dios no está ya ahí; está más adelante, y en todas partes.

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